En la historia del arte ya estaban registrados los grandes monumentos y la estatuaria rendida a reyes y faraones, a mecenas y Papas desde los antiguos griegos hasta el Renacimiento. El neoclasisimo retrató dramas heroicos, tragedias épicas y guerras; el romanticismo, los contrastes de luz y oscuridad exaltaron el tono de época y del paisaje y el realismo incursionó en la búsqueda del cuerpo humano, como si fuera un reflejo, o en las costumbres, situaciones y rituales de la vida común.
Pero, ¿pintar las impresiones, las sensaciones?
Hasta el momento nadie lo había realizado, incluso no se había discutido qué quería decirse con eso; no había debate.
Hace 150 años se presentó en París una exposición que daría origen al impresionismo, con obras rechazadas por la crítica y por el público, pero que se impuso como una vanguardia, tal vez la primera de la modernidad.
Fue el 15 de abril de 1874 cuando 31 artistas provocaron una ruptura de las reglas que regían al arte; pero mucho más, planteaban una mirada distinta sobre la ciudad, sobre la vida cotidiana, en definitiva.
Fueron Claude Monet, Pierre Renoir, Edgar Degas, Camile Pissarro, Alfred Sisley, Paul Cézanne y Berthe Morisot, entre otros.
La comisaria de la exposición en homenaje que se inauguró hace pocos días en París, Sylvie Patry, destaca la capacidad innovadora del grupo de artistas que cambió la historia de la pintura. No les importaron nunca las burlas y desprecios de los pintores clásicos academicistas: “Iban a mostrar escenas de la vida moderna, iban a mostrar paisajes pintados al aire libre, paisajes muy luminosos, muy claros. En definitiva, una nueva manera de pintar, de pintar la sensación, la impresión; de ahí el término impresionismo, que les dieron para burlarse de ellos, en absoluto para felicitarlos por las nuevas direcciones que habían tomado”.
Para Anatoli Lunacharsky, funcionario de educación de la revolución bolchevique en Rusia, Renoir es el más grande de los impresionistas. En sus palabras, “es demasiado grande para caber en el impresionismo, es uno de los más grandes maestros de la pintura humanista, el pintor de la felicidad”.
Monet con “Impresión, salida del sol” y “Los nenúfares”, es considerado el padre de este movimiento que definió, en las artes, el ingreso a la modernidad; y Edouard Manet, un precursor con su famoso “Le Déjeuner sur l’herbe” (1862).
La luz
Lo fundamental fue exhibir en la pintura los efectos de la luz en el entorno, además de las impresiones personales sobre lo que observaban a través de colores primarios (también llamado colores puros, ya que no había mezclas en la paleta).
La libertad académica significó el desapego de las normas del riguroso neoclasisismo imperante en la Academia de Pintura, que también provenía del plein air, pintar los paisajes al aire libre.
Cierto, no fueron los primeros que se valieron del plenairismo, pero con la Escuela de Barbizón, los impresionistas generalizaron esa mirada y abandonaron la luz artificial (este proceso fue favorecido por la comercialización del óleo en envases de tubo en 1870 y el invento de caballetes portátitles).
En La Grenouillère, que era una especie de balneario público con su restaurante ubicado en el río Sena, Monet y Renoir competían por cuán rápido era cada uno para retratar la impresión de la situación.
Allí se puede apreciar la pincelada impresionista, a modo de tache o parche de color, una pincelada amplia y uniformemente cargada, rápida, breve y gruesa aplicada sobre el lienzo.
No todos los impresionistas pintaban como Monet o Renoir. Pissarro prefirió paisajes o escenas rurales. Y Cézanne (la historia lo registró como posimpresionista) insinuaba ya lo que luego se denominará cubismo.
Contexto
El Museo de Orsay comenzó en estos días a celebrar el aniversario del impresionismo con una gran retrospectiva de 157 obras y un espectacular paseo por el París de 1874, que el visitante puede realizar con gafas de realidad virtual.
Hace 150 años, 15 días antes de la apertura del tradicional Salón de París, un grupo de “rebeldes” y de artistas afines deciden abrir su propia exposición en el número 35 del bulevar de las Capuchinas, a poca distancia de la Ópera, en el taller de un fotógrafo, Félix Nadar.
“El impresionismo nació tras la guerra franco-prusiana de 1870, durante la que varios pintores tuvieron que exiliarse y la insurrección de La Comuna en París y su posterior represión. Surgió en un contexto de crisis continua donde todo se ponía en cuestión, algo que llevó a este grupo de pintores a reformular el arte, a explorar nuevos enfoques y sobre todo a desafiar al formalismo académico”, señala Euronews. “Todo esto llevó a reformular el formalismo académico”, consigna.
En la Argentina
Cuando el impresionismo se difundió se convirtió en un movimiento internacional, y por supuesto, llegó al país. Desde un punto de vista general, tuvo precursores, pero también fue antecedente de las grandes vanguardias modernas.
Al comenzar el siglo XX, Martín Malharro (1865-1911) introduce el impresionismo con una exposición realizada en 1902. Lo siguieron pintores como Faustino Brughetti (1877-1956), Walter de Navazio (1887-1919) y Ramón Silva (1890-1919).
Entre ellos también se encontraba el tucumano Alfredo Gramajo Gutiérrez: “en sus obras de la primera época el protagonista es el paisaje, de características impresionistas, pincelada suelta y empastes de materia, como los realizados en Catamarca y el Chaco”, caracteriza el crítico Ignacio Gutiérrez Zaldívar.